
El fracaso es un tema que toca a todas las generaciones. Todos en algún momento de nuestras vidas hemos querido lograr algo y hemos fracasado o, peor, nos hemos abstenido de intentarlo por miedo a la sanción social que acompaña al fracaso. En culturas como las latinoamericanas en las que nos hemos acostumbrado a mirar lo que está mal y a obviar lo que sale bien, el fracaso ha sufrido una estigmatización que, creo, conviene replantear.
El gran problema es que solemos ver el fracaso como un rasgo de la identidad de quien se aventuró –y no lo logró– y no como un hecho. Entonces la discusión gira alrededor de la persona (que ahora es un fracasado) y no del fracaso. Las consecuencias de esto son conocidas por todos, pero no por ello dejan de ser tristes: miles de personas con sueños frustrados, nuestros países sufren de escasez de grandes apuestas –esas con la capacidad de cambiar la manera como vivimos– y, en general, se desincentiva el emprendimiento.
El fracaso es un tema que toca a todas las generaciones pero que afecta particularmente a los millennials y nativos digitales. Mucho se ha dicho sobre una generación con el chip digital; se ha hablado sobre su rebeldía, su falta de foco, su energía y también sobre su narcisismo. Pero más allá de la discusión sobre si estas características que se les endilgan son ciertas o no, hay una que está presente en muchos de ellos: la inmediatez.
Los avances tecnológicos han llevado a los miembros de la generación catalogada como “nativos digitales” a acostumbrarse a la inmediatez. Antes, para poder ver una película, hacía falta ir a la tienda, escogerla, alquilarla, volver a la casa y reproducirla; hoy en día todo este proceso se puede reducir a un clic. Lo mismo puede decirse de muchas otras esferas de la vida: desde hacer mercado hasta las citas románticas, la tecnología ha logrado hacerlo todo inmediato.
En ese contexto ha crecido la generación Nativa en lo digital y, a pesar de la eficiencia de muchos procesos, lo cierto es que la inmediatez ha traído consigo ansiedad y frustración. Frustración para los que prueban algo y, al no obtener resultados inmediatos, caen en la desesperanza. Ansiedad para los que ven a sus pares logrando cosas y ellos, en su imposibilidad de mantenerse firme en sus proyectos a pesar de no obtener resultados inmediatos, parecen estar estancados. Como si fueran unos fracasados.
La cura para la frustración y ansiedad es milenaria y, a la vez, muy simple: paciencia. Paciencia para entender que la vida es más de procesos que de resultados. Paciencia para enfrentar los tropiezos en el camino –que son inevitables– y seguir adelante con la conciencia de que hay fracasos pero eso no lo convierte a uno en un fracasado.
El fracaso es un verbo que han intentado convertir en adjetivo. Un suceso que viene cargado de aprendizajes ocultos para el que lo vive, pero que muchos intentan usar en su contra. El fracaso es importante y los nativos digitales deben recuperar su valor. No solo no se están dando la oportunidad de explorar sus propios fracasos e intentar aprender qué salió mal, sino que además están ocultándolos bajo la alfombra. Como si fueran huéspedes no invitados que los avergüenzan.
En esta conferencia invito a los asistentes a explorar esos fracasos y aprender de ellos. Es una invitación, en otras palabras, a ser pacientes. A pensar en los noventa minutos del partido y no solo en el primer tiempo. A tolerar el fracaso –el nuestro y el de otros–, pero sobre todo a aprender de ellos y fracasar mejor.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!