
¿Por qué he imaginado lo que he imaginado?, ¿Qué me ha llevado a pensar lo que he pensado?
Varias razones: la primera es que soy hijo de una artista, una licenciada en artes plásticas, una mujer con un corazón más grande que ella misma y que todos los días saca tiempo para pintar acuarelas. También soy hijo de un ingeniero, un amante de las fórmulas, de las matemáticas, de Excel, y de la fotografía. A pesar de eso también es un ingeniero que le encanta la meditación. De esos dos papás salió la mezcla de mi hermana y yo, unos hermanos que pasaban las tardes haciendo experimentos, aprendiendo matemáticas y pintando cuadros.
Los primeros años de mi vida los viví en un hospital. Semana tras semana tenía que ir a mi rutina de inhalaciones, inyecciones, y jeringas. Recuerdo que en los momentos más difíciles de esa enfermedad, mi mamá y mi papá me llevaban hasta la ventana de la clínica y me decían: “Juan allá hay un mundo afuera esperándote, mira, mira hacia afuera”. Creo que eso —saber que había un mundo disponible para mí— era lo que me hacía mantenerme en píe durante esos años.
Los años pasaron y llegué al colegio. En el colegio me divertía y empecé a involucrarme en actividades sociales, hasta que un día, a mis trece años, me llama el rector y me dice “Juan David tenemos que hablar”. No sé si a ustedes les pasó, pero si el rector lo llamaba a uno era porque había hecho algo mal. Sin embargo, lo que el rector me dijo fue que un amigo había sido asesinado.
Ese día entendí algo importante: la imaginación puede ejercerse desde el dolor, la rabia, y la venganza, o uno puede imaginar desde la empatía, imaginar cómo podemos hacer un cambio para que ni la violencia ni la muerte de otros jóvenes siga sucediendo. Ese día, creo, entendí lo que mis papás me decían: que allá afuera había un mundo esperándome.
Años después conocí un compañero de la universidad que se llama Juan Manuel Restrepo, y un día después de tantas caminatas, de conversar y visitar muchas regiones del país, nos dimos cuenta de dos cosas: por un lado, estaban personas que en todas partes de Colombia se encargan de cambiar y mejorar su comunidad, emprendedores sociales que todos los días llenan espacios, emprendedores que están decididos a llevar agua potable y libros para mejorar la vida de muchos. Y por el otro lado, unos ciudadanos como nosotros que estamos dedicando el tiempo a lo que mejor sabemos hacer y que nos parecería imposible poder transformar una comunidad.
Recuerdo del caso de una profesora que le mostró a un grupo de estudiantes la fotografía de una persona que había perdido las piernas y les preguntó: ¿puede esa persona manejar?, ¿puede esa persona coger un timón e ir a otro lugar? El 80% del auditorio respondió que no, no puede manejar.
Inmediatamente la profesora cambió la pregunta: ¿Cómo puede esa persona manejar? Basto ese cambio de pregunta para que surgiera otra conversación en el auditorio; se empezó a hablar de proyectos, de emprendimientos y de soluciones. Con ese ejemplo entendí que la imaginación está conectada con cambiar la pregunta: ¿Cómo logramos pasar del si se puede al cómo se puede? Muchas veces la conversación se queda en el nivel del sí o no, y no en el de las alternativas o posibilidades.
Buena Nota es una organización que descubrió que no nos podíamos quedar tranquilos con el hecho de que, por un lado, existían emprendedores sociales en las comunidades, que están haciendo cambios, y por el otro lado, profesionales que creen que no pueden impactar comunidades. La pregunta que nosotros hicimos fue: ¿Cómo podemos hacer que los colombianos más distintos trabajen juntos? Así organizamos una plataforma que ha acumulado 45.000 horas de voluntariado calificado, en la que ciudadanos prestan entre una o dos horas semanales para que un emprendedor social en cualquier rincón de Colombia trabaje con él y mejore el impacto de su proyecto social.
Eso lo hicimos porque cambiamos la pregunta y es lo mismo que hizo Mandela. Su pregunta no era si se podía tener una Sudáfrica donde todos pudieran ser entendidos por la ley como iguales: su pregunta era cómo podía lograrlo. Lo mismo Gandhi, que no se quedó preguntándose si algún día la India podría ser independiente, sino cómo podía serlo y llegó a la conclusión de la no violencia. Eso mismo le paso a Catalina Escobar, una emprendedora social que se dio cuenta que no tenían que seguir existiendo los altos índices de mortalidad infantil, que podía reducirlos y se inventó una fundación que ha beneficiado a más de 27 mil mujeres.
Y eso es lo mismo que tenemos que hacer nosotros como colombianos: cuántos problemas tenemos en el día a día, cuántos problemas nos enfrentamos en nuestras relaciones, en nuestro trabajo, con nuestros amigos, pero si cambiáramos la pregunta, ¿Cuántas oportunidades no habría por descubrir si logramos pasar del si se puede a cómo se puede? Así como un día mis papás me dijeron “Juan allá hay un mundo afuera esperándolo” hoy les digo a ustedes que allá hay un mundo afuera esperándolos, un mundo que quiere conocer sus ideas, un mundo que quiere vernos pasara de la simpatía al compromiso, y convertir nuestra imaginación en un mundo mejor.
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